domingo, 19 de julio de 2009

Senderos maldecidos

Que los miedos no me esperen, con su hambre eterna y maldecida en el puesto de los tacos de la esquina. Que la vida no me pida una escafandra para sumergirme en sus tubos digestivos, en sus sedientos intestinos. Que las lagunas artificiales de mis ojos se sequen para ya no llorar lágrimas de cocodrilo. ¿Cuántas cosas has pedido que no sean, que no tengan antojo de tus manos, que no se vistan de sedas transparentes ni de fuegos terminales, cuántas cosas has deseado que nunca dejen de ser larvas? ¿Cuántas veces has rogado que ya no pase el autobús del destino a cobrar cuentas claras del pasado? Soy barquero que rema con un fémur en un camino de tierra serpenteante que lleva al cementerio más cercano. Soy mi propio timón perdido en la tormenta, un prófugo que yace escondido entre pecados, soy el temor al miedo que muerde como un perro, una fragante espuma en río revuelto. Soy un pasajero que pide únicamente nacer como un brote tierno de conciencia, como un delgado hilo transparente que retiene a un frugal y tenue papalote, como alguien que nació marcado con la muerte y que vive con el signo del camino. Que las golondrinas vuelen marcando libres el tiempo del después, que los grilletes del alma ya no aprieten el flaco cuerpo que me queda, que las plegarias del que implora sean escuchadas por los más sordos oídos de este mundo.

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