martes, 7 de julio de 2009

Luz lunar sobre un mar argentado

Luz de luna sobre las baldosas de la noche. Rosas de sombras argentadas en las escolleras donde recuerdo el mar. El amor tuvo que nacer ahí, pero decidió suspenderse en el aire como un trozo de madero en la ingravidez. Recuerdo el puerto y la soledad. Son calles frecuentadas por pasos vacíos y edificios invadidos por el abandono, son portales donde las mujeres de alquiler muestran sus carnes invitando a mi mano a un recorrido sobre sus caderas. Son olores de mercado fresco: pescado y verduras de medio día, basura inmortal que se queda y se acumula por los pasillos en un ir y venir de la gente. Son muchas postales impregnadas de sombras florecidas. ¿Te has insertado algún día en la multitud del mundo, entre caras que buscan un encuentro imposible, entre corazones que se crispan y estremecen por los toscos, burdos y densos ruidos metálicos (producidos por el raspar prolongado de la sangre en las arterias), y entre cuerpos que no agotan su andar inacabado, y has sentido que te individualiza una razón diferente? ¿Te has entendido rescatado por una condición humana que condena, como un verdugo lógico, a los demás, liberándote a ti como algo incomprensible, quimérico y efímero? ¿Es decir, te has sentido menos que humano y tocado por la comprensión ubicua de un destino especial?

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