martes, 21 de julio de 2009

Egografías

Me distraigo por horas inventando caminatas en los pasillos de mis egotecas; soy lector de lo que escribo y de lo que digo entre emociones y sin palabras, de lo que dibujo en mis cuadernos de nostalgias, de los retratos que cuelgo en las paredes donde me reflejo. Soy auditor de mis propios misterios, de mis carcinógenos libres de eufemismos, de lo que maldigo y de lo que me callo. Ejercito mis sonrisas descubriendo lo que soy a solas. Me sorprendo de ser un tipo rumiante y solitario que pocas veces saca, a pasear a la calle, a sus sentimientos, siempre asidos de una correa con cadena, siempre domesticados y cautivos de sus propios miedos. Me asombro que a diario hago inventario de la ausencia de mis razones catalogando propiedades y valuando posesiones. Soy tan rico como alguien que posee lo que no tiene y tan pobre como alguien que sueña con ser rico. Cosecho sobre el camino los bienes de la mañana y los entrego, al final de la quincena, con saldo favorable o en franca banca rota. Le pongo precio a la cabeza de los minutos felices colgándolos en mis recuerdos, cazándolos con una cámara instantánea, impregnándolos en mi memoria. ¿Has sentido que lo que haces es de verdad trascendente, que te justifica y que da sentido a tus pasos? ¿Has bañado de luz tu sendero de sombras, los rincones donde sepultas a tus muertos?

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