sábado, 31 de julio de 2010
Poseo lo que me hace falta
viernes, 30 de julio de 2010
El tianguis
jueves, 29 de julio de 2010
Enfermedad, cultura o naturaleza
miércoles, 28 de julio de 2010
Bastón de ciego
martes, 27 de julio de 2010
Pócima de cantina
lunes, 26 de julio de 2010
El sembrador y el cáliz
domingo, 25 de julio de 2010
Somos los olvidados
Desventurados los olvidados de sí mismos, los que tienen borrones en sus mandamientos, los que incumplen con las cosas del contrato que han firmado con su vida. Olvidados los que dejan secar las violetas en el cesto de basura, los que pierden las letras de su nombre, los que no saben responder sus propias dudas. Perdidos los que son pasajeros de las horas muertas, los que conducen sus propios pensamientos con debilidad mental, los que estacionan sus brutalidades en doble sentido. Complacidos los que emergen desde la espesa tiniebla del fango; los que salen, aún con carne en los huesos, de sus propios inframundos imaginarios; los que logran mantenerse de sus asideros sin caer en los abismos que han devorado a los descreídos, triturado a los débiles de convicción, resquebrajado a los barqueros sin velas ni timón. ¿De que lado del confort te has puesto los zapatos? ¿A qué destino elevas tus oraciones? ¿Por qué camino vas derramando migajas para regresar con bien?
sábado, 24 de julio de 2010
Larga vida
viernes, 23 de julio de 2010
Bajo susurros
jueves, 22 de julio de 2010
La germinación de la semilla
miércoles, 21 de julio de 2010
Cara de salitre
Entre escolleras y un mar argentado vivo anclado en recuerdos que no me abandonan: son mis pasos sonando en la densa noche del puerto, caminando entre vecindades y hoteles resquebrajados donde se aglutina la vida. Voy por los corredores del mercado, entre las verduras y las vísceras que no se vendieron, sorteando basura y moscas, y humedad de sangres de pescado y escamas, saludo al barrendero (que está harto de su trabajo) con una mirada que él no sé si entienda. Salgo por escalones que llevan a más calles del puerto. La cara dura de la ciudad me hace muecas coqueteándome con sus prostitutas, acosándome con sus vagos, fastidiándome con sus borrachos. La ciudad me sigue invitando a conocerla sin maquillaje ni simulaciones. Es la noche la que le da su verdadera esencia. La zona turística sigue con luces y atractivos, respirando artificialmente, pero la auténtica urbe es aquella que te devora en sus calles y vecindades: es aquella donde la gente vive hacinada entre paredes sacando a secar la ropa por las ventanas; rentando cuartos por media hora; taloneando al peatón que viaja incauto. La verdadera ciudad es la que te come en vida ofreciéndote vivir. Está en ti si te dejas matar.