Entre escolleras y un mar argentado vivo anclado en recuerdos que no me abandonan: son mis pasos sonando en la densa noche del puerto, caminando entre vecindades y hoteles resquebrajados donde se aglutina la vida. Voy por los corredores del mercado, entre las verduras y las vísceras que no se vendieron, sorteando basura y moscas, y humedad de sangres de pescado y escamas, saludo al barrendero (que está harto de su trabajo) con una mirada que él no sé si entienda. Salgo por escalones que llevan a más calles del puerto. La cara dura de la ciudad me hace muecas coqueteándome con sus prostitutas, acosándome con sus vagos, fastidiándome con sus borrachos. La ciudad me sigue invitando a conocerla sin maquillaje ni simulaciones. Es la noche la que le da su verdadera esencia. La zona turística sigue con luces y atractivos, respirando artificialmente, pero la auténtica urbe es aquella que te devora en sus calles y vecindades: es aquella donde la gente vive hacinada entre paredes sacando a secar la ropa por las ventanas; rentando cuartos por media hora; taloneando al peatón que viaja incauto. La verdadera ciudad es la que te come en vida ofreciéndote vivir. Está en ti si te dejas matar.
miércoles, 21 de julio de 2010
Cara de salitre
Entre escolleras y un mar argentado vivo anclado en recuerdos que no me abandonan: son mis pasos sonando en la densa noche del puerto, caminando entre vecindades y hoteles resquebrajados donde se aglutina la vida. Voy por los corredores del mercado, entre las verduras y las vísceras que no se vendieron, sorteando basura y moscas, y humedad de sangres de pescado y escamas, saludo al barrendero (que está harto de su trabajo) con una mirada que él no sé si entienda. Salgo por escalones que llevan a más calles del puerto. La cara dura de la ciudad me hace muecas coqueteándome con sus prostitutas, acosándome con sus vagos, fastidiándome con sus borrachos. La ciudad me sigue invitando a conocerla sin maquillaje ni simulaciones. Es la noche la que le da su verdadera esencia. La zona turística sigue con luces y atractivos, respirando artificialmente, pero la auténtica urbe es aquella que te devora en sus calles y vecindades: es aquella donde la gente vive hacinada entre paredes sacando a secar la ropa por las ventanas; rentando cuartos por media hora; taloneando al peatón que viaja incauto. La verdadera ciudad es la que te come en vida ofreciéndote vivir. Está en ti si te dejas matar.
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