lunes, 26 de julio de 2010

El sembrador y el cáliz


Supongo que fue en el momento en que Éva cortó la manzana del árbol de la ciencia y lo extendió hacia Adán cuando el deseo perpetuo se instaló en la sangre del hombre. Imagino que de la mano femenina le transmitió al fruto la sensualidad, las ganas potenciadas del erotismo, el apetito regenerado de la pasión. Desde entonces el hombre quedó marcado con la bendición del hambre de la carne. La necesidad sexual es una inscripción profunda en el genoma humano, que se acentúa tanto en el sembrador de esperma como en el cáliz carnoso que recibe. Los usuarios del sexo son los integrantes del coro donde se canta y se cuenta las bendiciones del placer. ¿Ya has averiguado qué es mejor en la viña del deseo? ¿La necesidad imperante del sexo acrecentada por la acción del cortejo, agigantada por los sentidos de la piel, desbordada entre caricias y llamas buscando la perdurabilidad del tiempo? ¿O el impacto final de seis segundos, la estocada orgásmica, la hoja del verdugo cayendo de golpe sobre la carne, y tiernamente inventando la convulsión que provoca que las sustancias cerebrales inunden los rincones del cuerpo?

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