lunes, 12 de julio de 2010

El juego


Salgo a la calle con ojos briosos buscando seguir el juego cazando un poco. En bicicleta ruedo cruzando los charcos de la última lluvia. En la espalda mi mochila, y en ella un cuaderno o papeles y una pluma, también la gosua y un par de guantes (por si alguna barda me aparece en el camino). Voy por los barrios por donde ya sé que hay buenas presas. ¿Por qué lo hago? Ya lo dije: juego a ser cazador. ¿Has sentido la pasión que deja el seguir los juegos que te inventas? ¿Con qué reglas juegas a lo que te gusta? El juego no es trabajo ni obligación, no es la ley impuesta ni la imposición social, es algo que se lleva dentro como una expresión natural de lo que se es, de lo que se puede ser. Colgado en mi cintura va la cámara de mi celular de bajo pixelaje con la que capturo mis trofeos: pequeñas frases que gritan apenas dibujada en la cortina metálica de una frutería, un "te amo" que fracasó, una amenaza de muerte para quien cruce el territorio, un padrenuestro escrito con amargura; la guarida del olvido con sus ventanas de óxido y pasado adheridas a sus muros descarnados; selvas de graffitis que resultan el habitat perfecto de animales de colores que agregan maquillaje a lo descolorido; antiguas murallas de adobe y piedra sosteniendo aún su lucha contra el tiempo; campanarios viejos con piezas faltantes de cantera; filosofía en las calles tirada como basura y viviendo en los desadaptados, en los locos que beben agua verde de las fuentes, en la sarna de los perros que queda después de ser atropellados por los "micros", en los ciegos que ven escaparates, que golosos urgan en los aparadores, que anhelan los objetos caros guardados en las vitrinas, en los sordos que no escuchan el sonido de las letras que el destino garabatea en los rostros de la gente. Salgo a la calle porque soy un cazador. Porque necesito lanzar la red y asirme a mis presas para seguir el juego, porque es una bendición el jugar por jugar.

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