martes, 6 de julio de 2010

El uso de la palabra


Cuando la palabra sube escalando tu garganta y abre la puerta de la voz para decir que hay días benditos, que a través de la ventana si llega a transparentarse el sol de un mar lluvioso, que el médico y sus colesteroles viven controlados. Cuando las palabras se acumulan por filtración en la mano apta con que escribes, cuando la pluma te queda a modo, y sueltas que hay horas malas en algún rincón del día, que da tristeza que la gente muera cuando la posibilidad de vivir es para todos, que el viaje que hacemos al final de la vida es necesario hacerlo con todos los recuerdos ganados, con la experiencia con que premia la derrota, con el gusto de los caminos recorridos, con los esfuerzos en la espalda que florecen, con una sonrisa resistente y bien marcada. Cuando las palabras penetran por un orificio cerebral que conecta a un canal del corazón, y se agolpan igual que latidos fulminantes de oso provocando que el pensamiento se pregunte sobre las profundidades de los acantilados desde donde se despeña la vida, sobre los asideros en los que se sostiene, sobre la semilla de donde germina, sobre sus misterios, limitantes y secretos. La palabra que se piensa, se escribe o se habla va cargada de pulsaciones de vida; contiene el germen de la pregunta insatisfecha, simboliza una parvada de certezas volando en franca fuga hacia el destierro; mantiene cautiva una esperanza en el comedor donde se alimentan los golosos devenires. Desde hoy levanta tus oraciones usando la palabra que dé explicaciones detalladas de lo que eres por debajo del disfraz. ¿O acaso no has usado caretas de cartón representando los verbos de un oficio imaginario? ¿No has sido usuario de lo que dices usurpando la verdad?

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