lunes, 20 de julio de 2009

Cuando llueve

Cantos de la noche cubren el ambiente que deja la lluvia al mojar el mundo. Hojas de tiempo, de caracoles de mar, de pequeños insectos viviendo. Chasquidos y ruidos que escriben su fonema en las partituras fugaces. Todo deja huella en el espacio, en el leve hueco donde anida la luz, en los pilares que sostienen la vida. Las cosas y los cuerpos no se esfuman de forma definitiva, prevalecen en su aspecto más diminuto, sobreviven cobijados en la espesura de la molécula. Dicen que Dios respira en la agilidad excelsa del ojo del animal que caza, dicen que el rayo es una especie de veneno con que la muerte toca el hombro de los retirados del camino, dicen que la existencia ha cambiado su cáscara de piel por un recubrimiento sintético. No sé de qué está hecha la lluvia. Mientras más humedad y frío en el ambiente, más ignoro de qué está hecha mi memoria. Sólo sé que funciona como una reacción natural al clima. Llueve y empiezo a recordar imágenes distantes. Son polvo de semillas que se juntan voluntariamente para germinar recuerdos embravecidos por las horas. Hay fragancias y texturas que vienen acompañando al nacimiento de visiones que me recorren. Cada parte de mi cuerpo experimenta sensaciones diferentes. Me nace un racimo de ojos por debajo de la piel con el que veo, de otro modo, las cosas que se acumulan en mis sótanos y laberintos. Entonces sin mover un dedo abro valijas y cajones donde encuentro recortes de fórmulas vividas, un diario con letras escogidas, cuadernos mojados por el llanto, un álbum fotográfico que guarda retratos patinados.

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