Mi caña de pescar pesca residuos de realidades, y mis oídos escuchan sus ruidos. Por las mañanas muerdo el anzuelo de la esperanza, y por las noches apuesto a los dados mis ilusiones. Cada vez que tengo algo que contar gano y pierdo lo que creo. Después de vivir un día difícil, amanezco con las mentiras y las verdades acumuladas en la punta de los dedos. Y a la hora del desayuno las escribo en un papel para vernos más tarde las caras en una cita a la que no llego. Despierto con el cuerpo cubierto de escamas de cosas que pasan entre sueños o que son residuos de realidades. Las sacudo fácilmente igual que un perro se sacude el agua de la regadera. Se desprenden de mi piel gotas de sal, vinagre y miel. Y como si me hubiera bañado con agua fría, empiezo a ofrecer mis oídos al que quiera hablar; le tiendo una hoja en blanco al escritorio y la dejo ahí para comprobar que de la blancura no nacen las palabras; le pregunto al tedio el ingrediente vital de la soledad y salgo a la calle a convencer a los desalentados a degustar la alegría, a sopesar la frescura de una sonrisa y a hacer que el dolor baje de peso.
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