lunes, 28 de febrero de 2011

La moneda sobrante

De vez en cuando, es decir, cuando puedo, me gusta romperle las piernas a la monotonía para verla arrastrarse hasta un rincón del día. Ahí busca pasar desapercibida entre dolores, pero su llanto me incita a hundir mis pulgares en sus ojos. Pateo sus costillas y después de oírlas tronar como cascos de caballo andando el pavimento, me compadezco un poco y salgo a la calle en busca de sorpresas. Destruyo mis prohibiciones y suelto mis ojos como si fueran lobos de caza. Veo las claridades de la mañana, el color de las banquetas iluminadas por la luz de un lunes, las sonrisas opacas de la gente apresurada, el movimiento pendular de las horas y los charchos de sombras que dejan los coches sobre el pavimento. Veo las multitudes de amas de casa dirigidas por su sentido maternal, las travesuras de un loco sirviéndose el menú nutritivo del interior del bote de basura, el mendigo solicitando con disciplinada mirada la moneda sobrante que llevan los peatones.

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