sábado, 11 de octubre de 2014

Sumergir el rostro en agua fría

Tocar fondo es caer bajo. Es sepultar los huesos en lo profundo de un pedazo de olvido. Es verter la vida en cloroformo para adormecerla rodeándola de cardos y espinas. Caer hasta lo profundo del tiempo y ser consciente de ello es desesperante. La otra noche soñé que caía por un ducto recto que bajaba hasta los más profundos sótanos. Era obscuro y resbaladizo. Finalmente tocaba fondo y me quedaba quieto. Lo único que podía hacer era ver la obscuridad girando la cabeza, sentir la carencia de aire y tener oprimido el pecho al respirar. El sueño representó un miedo y, al mismo tiempo una seducción. Me ofrecía la oportunidad de contrastar los extremos de mi existencia eligiendo cada vez la vida. Desde esa noche me gusta recordar la sensación desesperante de encontrarme preso, inmóvil y reducido. Y aunque no me agrada lo que experimento, me hace sentir bien saber que no estoy en esa condición. Es como el ejercicio de sensibilidad que me ofrece experimentar el "NO", para poder apreciar más el "SÍ". Es como cuando lleno el lavabo con agua fría y sumerjo mi rostro resistiendo la respiración al máximo al mismo tiempo que me concentro en desear tener a mi alcance la más mínima partícula de vida sólo para respirarla y seguir existiendo. ¿Has experimentado la sensación de libertad y grandeza que te va dejando una enfermedad al partir? ¿Has contado las ganancias progresivas de sentirte bien después de escuchar, de los labios de la vida, ese "Levántate y anda"?

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