jueves, 2 de octubre de 2014

No estoy seguro, pero lo supongo.

No importan los días en que la tristeza canta con alegorías y ansiedades. No importa el tiempo diluido, ni el olvido ni la derrota. Cuando todo se disuelva estará validado que ya no hay importancia en las cosas ni en las personas. Ya muerto el cuerpo, los 21 gramos de alma  pondrán a prueba su presencia y se adjudicarán otra derrota existencial. Ya terminados los latidos, aniquiladas las funciones vitales, segado el flujo sanguíneo, habrá de llegar el inicio de la conservación de la materia. Cuando la muerte llega, los mundos mentales de una persona se apagan y se pierden en el tiempo definitivamente. La muerte es un estado de indefensión y de olvido. Todos son vulnerables y nadie puede defenderse ante esto porque los frascos donde se guardan los antídotos están rotos y ya se han evaporado las sustancias. El alma no se irá a ningún lado si no tiene la capacidad de moverse o de emigrar a otra dimensión. La materia muerta fluirá buscando nuevos enlaces en el ciclo interminable de las cosas y de los seres que se renuevan con el carbono. De todo lo anterior no estoy seguro, pero lo supongo. Y vivo suponiendo que el fin es incoloro como el vapor del último suspiro. De lo que si estoy seguro es que el presente es un campo extensible para elaborar el presente con visión arquitectónica. Algo que sé de cierto es que la comprensión consciente del instante es lo que da trascendencia inmediata a la vida y la dispone a ser valiosa por tener dirección y sentido. ¿Has encontrado en tus propios límites la razón para existir convencido de que cuando no se tiene una certeza lo importante es navegar con supuestos al mando del timón? 

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