martes, 7 de octubre de 2014

Infinitos invisibles

Se pregunta el obscuro Baudelaire sobre la fluidez de la existencia "¿Dónde están los perfumes embriagadores de las flores desaparecidas? ¿Dónde están los mágicos colores de los antiguos atardeceres?". Todo se va, todo desaparece. Testigos de esto son todos los que sobreviven a sus muertos, los que se enteran de que la condición humana, además de pasajera, también es trágica. Todo se diluye. Lo único que queda es el flujo de la materia formando nuevas formas en diferentes estaciones. Lo único que permanece es la ausencia de las cosas porque hasta el olvido se queda sin recuerdos, sin postales, sin cartas escritas a mano. El ala del ave que voló infinitos comparte el mismo carbono de la escama del pez que sucumbió ante el hambre del mamífero. La condición voraz de la bestia se nutre del mismo carbono del que surge la intelectualidad del hombre evolucionado. No dejamos de ser el mismo barro de donde brota la materia. Todos somos del sabor de la tierra. Apestamos y sabemos a biomasa reciclada. Lo que nos distingue de la garra del reptil es el sentido que la mano humana da a las piedras que toca. ¿Te has preguntado por qué lo que se ve es más pequeño que los infinitos invisibles que están más allá del horizonte? ¿Has medido con verdadera certeza la amplitud en crecimiento de tu ignorancia? Y no me refiero al nivel de ilustración personal, sino a la incertidumbre que hay en relación al sentido existencial de la especie humana. Mientras más se sabe menos inquietud queda ante la incertidumbre de saber lo que el hombre sólo ha alcanzado a suponer.

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