sábado, 4 de octubre de 2014

Sobre la piel que cargo

Me balanceo entre emociones dispersas porque esta lluvia que neciamente llega no es la del mayo que se fue, sólo es la que llega tocando nostalgias y haciendo perdurables los tímpanos del pasado. Me gusta escuchar los ruidos del ayer, las ventanas al abrirse una esperanza, los ojos negros de los gatos al chasquear la noche. La lluvia fuera de tiempo hace un tiempo nuevo. Lo transforma en un jardín donde se inventan los recuerdos. ¿Has tenido el pensamiento atado a un motivo durante todo el día? ¿Te ha acomodado el gotear constante de la lluvia sobre la piel áspera de un estado de animo anclado en una sed de eternidad? Al resurgir la mañana, apenas acompañando las salientes  brisas del sol, me levanto de la cama en busca de hacer alguna anotación de lo que la noche lluviosa dejó. Entonces escribo en la computadora o en mi libreta de apuntes o sobre la piel que cargo llena de sentires y me doy cuenta que el descanso soñando-escuchando la lluvia es terapéutico y existencial y noble. Me quedo solo entre los muebles de la casa mirando la lentitud que tienen las paredes y que también tienen mis libros y pipas de madera y hueso acomodados en las repisas. Entonces, en plena soledad extraño algunos sentires de los antifaces que he utilizado en el tiempo y sobre el alma. Pienso en las calles del puerto de Tampico inundado de rapiña, soledad y de hoteles con mujeres hermosamente feas que abren sus piernas al aire caliente que arrastro al pasar frente a ellas. Pienso en las noches de Ciudad Madero golpeando mi rostro con un frescor inaudito de suspiros callejeros. La lluvia me hace sentir tan descubierto que me siento lleno de lo mejor de la realidad. Asir como yo asgo un minúsculo gramo de tiempo me hace saber que la lluvia trae, al derramarse en la noche, lo que los alquimistas de la edad de la desolación buscaron hasta encontrarlo: un par de verdades absolutas que son imposibles de mantener en el recuerdo.

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