viernes, 10 de octubre de 2014

La voz de diablo con que hablo

Algunas veces el diablo bárbaro que llevo dentro eructa y a través de mi tracto digestivo brota el maldito diablo que soy. Sale de mí con tridente en mano y arremete contra quien lo despertó de su calma. El salvaje diablo violenta con palabras y con gritos. Su carne roja comulga con espadas y con cactus. Emana ponzoña literaria de sus manoteos en el aire y de sus explicaciones vacías. Se torna violento como una hormiga negra cuando desmoronan su hormiguero. Repta en el pavimento como una letra ese que ha sido decapitada. Luego del vómito y de la saliva escupidos por su lengua de ladrillo empieza a sudar mares de arrepentimientos y baja la cabeza. Se pone a pensar en lo que dijo la voz de diablo que dijo lo que dijo y que maldijo todo. Se sienta en la banqueta y comienza a pensar estando solo. Entonces la paz del arrepentimiento lo ilumina frugalmente. Se da cuenta de la caída y de los raspones que sacó por ser un violento boca floja, por insultar al mundo y por patear su propio rabo. Se limpia la frente y el sudor de diablo. Cepilla sus cuernos, lame sus garras, estira como gato, hasta el último hueso de su esqueleto. Y mirando hacia atrás a cada rato, emprende su marcha con su andar descalzo, con su arrastrar de rabo, con sus dolidos ojos sintiendo, en la piel del corazón, su tridente ardiente. Ya pasarán los días en que siga herido. Ya avanzará el tiempo y empezará a remar contracorriente. Entonces me dice que regresa a casa, a mi tracto digestivo a dormir tranquilo. Y yo de la calle me voy a otro lado, pero siento, mientras camino, ese llanto de diablo que es rancio vino.

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