miércoles, 1 de octubre de 2014

Lo efímero es lo que perdura.

El tiempo es la tumba de las esperanzas. Las reduce a ser arenisca que se diluye al viento o ceniza que se esparce en el océano. Y al mismo tiempo, el tiempo es el tiempo. ¿Has sentido que naufragas en las bajas horas de la madrugada, que tus ilusiones caen rotas desde cornisa del presente? ¿Has comprobado que la noche es ingobernable después de la lluvia? La escritura es salvadora en esos momentos en que el mar es de tiempo y eleva sus olas con interminables minutos de insomnio. ¿Has enterado a tus sentidos de la verdadera sonrisa de las cosas? Me refiero a que si has visto con el tacto de tu oído lo esencial del tiempo cuando la soledad se ha instalado en tu piel y se desplaza viscosamente sobre ella haciéndose densa y pesada. Escuchar las cosas cuando fluyen a tu alrededor llenas de recuerdos y significados no es como escuchar las noticias en la radio y quedar actualizado de crimenes y matanzas. Escuchar con atención lo que se desplaza en la espesura que habitas tiene consecuencias existenciales. En esos momentos rueda tu cuerpo sobre la cama y ponte de espaldas, abre tus ojos en la obscuridad y busca en tus recuerdos un asidero grato. Concéntrate en él y persíguelo hasta acorralarlo. Luego, sin tocarlo suciamente, déjalo ir observando sus pasos. Te darás cuenta de que, por unos segundos, sólo por un breve instante, ha sido tuyo lo efímero y pasajero. Habrás entendido, inexorablemente, que la sepultura de las esperanzas es el tiempo diluido en el centro del tiempo, y que lo efímero y fugaz es lo único que perdura realmente.

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