Nadie es dos veces
la misma persona porque se cambia a cada paso y se es otro sin remedio. A veces
es cuestión de máscaras, de cicatrices, de saberes, pero sin darse cuenta se
cambia por el peso del tiempo, por los arañazos en el alma, por la infestación
de las ideas. No son sólo los años los que moldean a la persona, son los vicios
engendrados desde dentro, los pensamientos repetidos, la inmediatez con que se
vive. ¿Has comprendido cuántas células mantienes desde tu nacimiento hasta la
fecha? ¿Te has dado cuenta que se han reemplazado removiéndose una y otra vez
hasta convertirte en otro diferente a lo que fuiste? Ante esto tomo las
certezas como tales y me ahogo por ratos en cosas que no comprendo. Me confundo
lamiendo cenizas de cosas que son lo que fueron, hago planes sobre mis muertes
venideras y me oculto entre disfraces para evadir los planes que ya he hecho.
No soy dos veces la misma persona porque cada día soy otra diferente a la
anterior. Me mantengo siendo el mismo tan sólo durante la fracción de tiempo
que dura la caída de una célula de mi piel. El cambio me sobreviene
abruptamente y mis transformaciones progresivas forman el continuo de lo que
finalmente soy, seré o he sido.
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