Como el avance de
un caracol sobre la perdurable hierba de
los panteones yo ando a pie buscando mis encuentros. Encuentros con
personas, con seres, con circunstancias y cosas. Encuentros con ideas y con
conceptos. ¿Has levantado la alfombra que pisas a diario descubriendo que el
polvo que respira bajo ella es parte de
la piel que minúsculamente se te cae a diario? Busco de forma incesante,
neciamente, diletantemente lo que supongo existe como verdadero y fundamental. Me
refiero a aquello que por evidente y básico pudiera ser irrefutable. Pero todo es tan relativo que aún
la brusca caída de la guillotina decapitando una esperanza se pone a discusión
y genera diferentes verdades. Por ello, antes que todo, busco lo efímero de las cosas, lo que no prevalece,
lo que está en fuga permanente. Eso que se diluye sin freno como las partículas
de un reloj de arena midiendo el tiempo. Y aunque también, como ya dije, busco
lo perdurable y lo trascendente me atrae sin remedio y por reflejo la fluidez
de las cosas. Tal vez porque la dilución es la esencia del ser humano. Bebo de
la vida su frágil permanencia y de tanto que lo hago, su robusta ubre sufre de
mastitis crónica, aún así, persisto en mi necedad y siento al mundo pasar
vertiginosamente. De tanto ver como la piel de mármol de los días pierde
lozanía me conduzco con fascinación hojeando catálogos de cremas faciales para
untarla a las verdades que envejecen. ¿Le has puesto maquillaje a los
acontecimientos intentando disimular sus cicatrices?
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