martes, 14 de marzo de 2017

A título de olvido

Sonriéndole al tiempo comenzó a llover. Andaba en la ciudad viendo el mundo. Las calles prometían llevarme lejos. Luego me detuve y lo vi sentado en una escalera de piedra. Él veía hacia adentro con los ojos postrados hacia afuera. Tendría una edad indescriptible, pero los surcos en su frente lo hacían pasar por viejo. Un alma endulzada por Dios le ofreció un pan. Él lo acepto sin cambiar su mirada, sin agradecer, sin siquiera sonreír. Me quedé pensando en toda esa gente que se refugia en el olvido y que se desplaza por las calles como si fuera el patio de su casa. Me quedé mirando las cosas que no somos porque a otros les tocó vivir así, de un modo que no se busca pero que llega. ¿Has contado, utilizando las pecas marchitas de tu piel, cuántos vagabundos de piedra están establecidos en el tiempo como estatuas de arena? Los vemos como accesorios de la ciudad, como viejos ornamentos adosados a paredes, soportando el peso de lo ordinario y la insensibilidad de la multitud. Una mujer me enseñó a mirarlos más de cerca y a considerarlos como son, de acuerdo a lo que son y a reconocer en mí en cada uno de ellos.

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