viernes, 17 de marzo de 2017

El nado de un pez en mi interior

Conozco la ruta hasta el desierto, hasta esa tierra donde la lluvia no existe. He ido de viaje a los páramos desolados, donde no hay amigos ni un abrigo vago como el de las redes sociales. He estado bajo cero sólo con la tibia razón de persistir. Conozco la arena sin miel, la sequedad en el consuelo, la boca agria por no conseguir la palabra cierta que da esperanza. He comprendido lo mucho que se puede tener en la palma de la mano, sin tener nada más que la alegre condición de tener la mano, de mover los dedos, de tocar el aire. Y ahora que tengo un poco más, creo tener mucho y hasta supongo que nada me falta. Porque después de abarrotar la nada, lo minúsculo se vuelve un todo. Lo que no existía se torna real. ¿Has comprendido por qué razón en la abundancia las cosas dejan de valer y en la carencia lo poco vale mucho? No me explico aún la condición humana, pero estoy seguro que tenemos un mecanismo de compensación que nos hace negar lo afirmado o afirmar lo evidente. Es como el nado de un pez que en mi interior no va a ninguna parte, es como el vuelo del ave que se eleva con escamas, es como la piel del caracol que se derrite cada vez que ama el pavimento. Es mejor empezar de nada para ir a más que caer de una cornisa elevada.

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