lunes, 20 de marzo de 2017

Sonreírle al vulnerable

Cuando estoy triste me consuelan las luces de tus ojos, tus dedos como peinetas entre mi cabello y la explicación de que las tempestades no duran tanto. Cuando me quedo mudo y miro hacia mis propias derrotas me gusta el tono de voz con que me das la esperanza de continuar a bordo. Me gusta que me veas como si fuera otro: vulnerable y roto, y que te empeñes en contarme chistes y anécdotas de tus caídas que yo he cuidado. Cuando llego a casa descalzo de ilusiones abrazas mi indefensión usando artilugios amantes. Nunca me tratas como a un niño ni pones en uso tus lecciones maternas. Por esto mismo a veces paso por triste, te muestro mis descalabros y te pido vendajes y pomadas. Lo hago porque me gustan tus atenciones y tus cuidados. Pero me gusta más el trato que me das cuando tu eres la de los raspones, cuando te has caído de la banqueta de los anhelos y estás hermosa con lágrimas derramadas. Entonces yo te tomo al lado de mi corazón y bebo tu llanto para aliviarte el alma. No es que sepa hacerlo, sino que tienes confianza en mis palabras. Algo que no entiendo he de darte en un abrazo. Algo que tengo sin saberlo te da consuelo y suspiros prolongados. Lo que no sé de mí tú lo tomas y renaces. Por eso me gusta ser el fuerte y atender tus alas rotas, por eso me agrada tanto que sepas que estoy a tu lado. Y a veces pienso que finges que caes para que te levante. Muchas veces me he dado cuenta de que te gusta provocar en mí lo que yo mismo no conozco, con la única intención de hablarme bien de mí viendo lo que logro en ti. ¿Has entendido que cada persona rescata en la otra lo que sabe ser? ¿Has procurado sonreírle al vulnerable para que se sienta fuerte?

No hay comentarios:

Publicar un comentario