martes, 27 de mayo de 2014

Cuando lo ordinario es milagroso

Mayo se va trayendo lluvias y días grises. Se va después de haber germinado nostalgias en los maceteros del corazón. No me canso de escribir que me gusta la noche, el llanto de las nubes y los charcos en las calles donde fueron felices mis infancias perdidas. Me gusta el abandono que queda en las aceras después de la lluvia. Es como si la soledad y la luz de los faroles iniciaran una charla que habla sobre viejas costumbres casi olvidadas. Es como si el viento transparente y húmedo que persigue devorar la aridez de los días no se detuviera a descansar ni un momento No hay nada que me guste más que estar sólo frente a un ventanal mirando y mirando las calles de la ciudad mientras llueve sin contemplaciones y como un acto verdadero y milagroso. Estar así me recuerda lo infinito que es tener anidado en el corazón una nostalgia hambrienta por la eternidad. ¿Te has quedado quieto, con el cuerpo aletargado mientras entiendes el insospechado valor de una mísera molécula de agua y sus efectos radicales en el alma? ¿Te has quedado inmóvil, mientras la quietud te llena de energía derramada por la conciencia de entender la nada? Sal y mira por la ventana. Verás gente y casas y lluvia. Pero más allá, y gracias a la humedad de un estado nostálgico, comprenderás que lo efímero y lánguido de las cosas se torna sobresaliente y milagroso.

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