sábado, 22 de enero de 2011

Todo fluye

¿Te has cuestionado, por qué lo que se acumula termina diluyéndose? ¿Dónde está el tiempo que ha pasado, las cosas alegres de la vida, lo que se ha vivido durante tantos años? ¿Dónde han quedado los actos nuestros de cada día, los besos derramados, las insaciables caricias renacidas? ¿Será que las maletas donde el alma guarda los recuerdos tienen una grieta en las costuras? ¿Será que los bolsillos que tiene el corazón no sirven para almacenar más que sangre fresca, plaquetas y linfocitos? ¿Será que los enormes anaqueles, donde la mente ordena, graba y almacena desde el minúsculo detalle de un sueño hasta el último segundo que se vive, ha extraviado la combinación que abre las cerraduras eligiendo mejor donar todo al olvido? Somos perennes, poseemos el don de la vida breve, somos dueños de la dilución de las cosas. Nuestra naturaleza es volátil, esfumosa... diluyente. Y aunque aspiramos a la permanencia, a la acumulación de lo que somos, a la repetición de nosotros mismos, ¿podemos hacerlo, sabemos cómo?

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