domingo, 30 de enero de 2011

Las cosas que pasan, pasan

Dicen que las cosas suceden por algo. Y lo dicen como esperanzados de una ley superior a la circunstancia y al azar. Lo dicen como perfectos conocedores de los mandamientos del universo. Pero por lo regular, la esperanza es la que habla suponiendo verdades. La gente quiere que las cosas que pasan devengan con una ganancia implícita. Casi que las circunstancias se rijan por las estrategias publicitarias: una sonrisa con el 25% gratis de alegría, descuentos en las tristezas, ilusiones al 2 por 1, pagos al destino en 36 mensualidades, exención del iva a todo tipo de descalabros y raspones. La verdad no deja de tener un rostro concreto, no hace devoluciones ni posee un buzón de quejas y sugerencias. Cuando las cosas suceden no suceden para acumular beneficios o para recibir gratificaciones. Cuando las cosas pasan es porque el complicado mecanismo del universo se mueve y actúa sobre las vidas de los hombres y sobre sus vastas relaciones entre ellos mismos. Cuando las cosas pasan no traen consigo los implícitos de bondad que la gente supone. Sólo cargan en ellas la posibilidad de ser transformadas por la actitud y la percepción de quien las vive. ¿Te has sentido agradecido por algún golpe bajo repartido por el puño de las circunstancias? ¿Aprendiste de él a levantarte después de abrevar en el fango, supiste enderezar tus rodillas para reanudar la marcha? Si piensas que las cosas suceden por algo bueno, entonces permite que la vida te rompa el pómulo derecho o fracture el mejor de tus anhelos. A fin de cuentas serás bonificado. Pero si piensas que sólo cuentas con tu propia decisión para convertir los descensos en subidas, la debilidad en fortaleza, los naufragios en descubrimientos, es bueno que vayas preparando los yesos, las pomadas, la preparación mental para el combate y una buena dosis de curitas.

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