sábado, 15 de enero de 2011

Avanzar con frenos

La edad de los maestros de la vida es un síntoma de la acumulación de sarros que deja la repetición de las verdades y las cenizas desprendidas al quemar los miedos. Son las rugosas capas de piel que se elevan como sistemas montañosos al ampliar una sonrisa en la cosecha diaria del tiempo. Son los años amontonados en una pila elevada de ladrillos que cada vez se estructuran en una mejor vertical. Para los que tienen el oficio de la vida, la edad es una copa de potros que galopan libres sobre las estepas del presente, es el saberse perseguidos por depredadores voraces que desean acortar el porvenir. ¿Has apetecido levantar el vaso para brindar por los vulnerables al tiempo, por todos aquellos que han de morir algún día pero que aún quieren seguir pisando tierra, volando bajo las medias de las nubes, sumergidos en espumas marinas danzando con sirenas? ¿Te ha mortificado algún día el saber que se vive mucho a baja intensidad, que se desperdicia la materia viva queriendo avanzar con frenos? Los motivos del contrato que, con letras diminutas explican: "Vívase hasta las últimas consecuencias", ya no tienen credibilidad. Ahora sólo se busca llegar a viejo, improvisar una juventud sostenida en la compra metódica de promesas mercadotécnicas, rezar a diario un slogan nuevo en las sociedades del consumo donde las prohibiciones del alma son muchas porque a cambio es posible adquirir con tarjeta plástica cremitas y artificios que fabrican los hechiceros de la publicidad. Hoy quiero escarificar irremediablemente la piel que por dentro lleva el corazón cultivando azucenas en el jardín de los cardos, meter peces tropicales donde antes había carniceros, coleccionar instantáneas de días que marcan la existencia con supuestos confiables.

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