sábado, 20 de diciembre de 2014

¿Qué tengo que ver conmigo mismo?

Una libreta donde madura el tiempo. Los cuadros de infinitas piezas del rompecabezas de mis sueños. Una posibilidad articulada de imaginar mi destino. Tres líneas que valen la pena en este sembradío de palabras que libero a diario empleando nombres falsos. Una inagotable sentencia de lo que la vida me depara al momento de percibir el instante que narro. Libros que leo de madrugada, en los viajes que hago en los camiones y en el metro que me lleva lejos, libros de hojas argentadas donde me reflejo con algunos vicios que maduran, libros que son cuevas llenas de ecos donde gritan los nombres que me inventan. La sonrisa interna que sabe reconocer el olor, en un corcho antiguo, del vino que me hace recordar el porvenir. También las calles tatuadas en la piel agria de la ciudad. También sus hoteles y sus mujeres de alquiler perdiendo los sueños a cambio de monedas. Un muro para golpear la bola dura que va y viene como el tiempo. Lo que tengo que ver conmigo mismo no tiene rostro, pero sí muchas sombras que se adelgazan en la memoria pasajera. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario