domingo, 21 de diciembre de 2014

La acumulación de los días

Ronronean los gatos cuando el  sol no toca su pelaje y buscan un poco de contacto humano. Trinan las aves sonidos minerales mientras el pez nada, suave y prístino, en los tersos recuerdos del mamífero que regresa al pasado. Sólo el hombre bebe del tiempo diluido, sólo él es el náufrago de  su propia memoria inventando, borrando y reescribiendo pequeños islotes de humus y barro para meter los pies y sentirse real. Es una condición humana el naufragio de la memoria, la perdida paulatina de la veracidad de lo sucedido. Los recuerdos son lo que queda de un contrato con la realidad que se vicia y se altera con profundos roces de invención. La memoria puede almacenar historias que no pasaron o que sucedieron en sueños o que se han difuminado como un manantial que se ha secado. Aquellos que tienen recuerdos y regresan a ellos por devoción, melancolía o adicción fantasmal,  de noche vacían sus bolsillos para hacer un balance de lo vivido por un día, entonces se acomodan las islas en el continente de la memoria cambiando la geografía del alma. ¿Has respondido satisfactoriamente, creyéndolo cierto, a la incógnita de lo que sucede con los recuerdos residuales después de la muerte? ¿Has sabido, como algo certero, la ruta de almacenaje de lo vivido?  

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