sábado, 14 de agosto de 2010

Bajo la piedra que piso

El pasado tiene la característica de la crueldad piadosa al saber encarnarse en la tierna epidermis del corazón. Sin mencionar de que es capaz de sepultarse en la corteza de los pensamientos arraigándolos definitivamente. ¿Será porque tiene sabor a tiempo viejo como a encierro de muchos años? El pasado es un juego desabotonado de sucesos y de circunstancias. Ayuda a anclar la barca junto a un lecho seguro o a soltar las amarras en busca de regiones con sábanas más blancas. El pasado es invención que recrea dolores para siempre, incalculables culpas que no mueren, improvisados sabores a miel que se diluyen, y es historia que se acomoda desde el principio suponiendo lo que fue. ¿Has entendido de una vez por todas por qué lo que ya partió y dejó de ser insiste en quedarse y en seguir siendo, muchas veces más intenso y vivo que el presente? ¿Has aprovechado la necedad de lo que no se retira para aplicarle tu voluntad, cobrándole impuestos elevados y esclavizándolo a tus caprichos? ¿O le has permitido a lo que ya pasó que te parasite y te gobierne haciéndote un muñeco de papel con movimientos marchitos en el corazón? Lo que se enterca en quedarse es parte de la piel con que te tapas el abandono con que crecen tus días. Es una taza de café frío derramada en el ayunado estómago de cada mañana. También es el gas con que elevas, en la obscuridad, el globo de cantoya que ilumina un tramo de la noche en que te desenvuelves.

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