miércoles, 30 de junio de 2010

Aniquilado el tiempo, los recuerdos permanecen.


¿Con qué golpe certero en la cabeza has aniquilado al tiempo? Me refiero a los días que ya pasaron de tu reloj de arena, a las tenues hojas arrancadas a la posibilidad de perpetuar tus actos. Me refiero a la oportunidad de vivir que se ha diluido en el fluir de la materia. Ya no hay bardas de adobe en donde raspar tu nombre para dejar un verso callejero; ya no quedan nichos en tu pecho donde puedan anidar los veranos que se fueron; ya no hay escamas ni plumas ni piel que te sirvan para cubrirte el cuerpo ante la espuma de un mar que ya pasó. Hoy sólo queda el tiempo que nace hoy y que inmediatamente se finiquita a sí mismo segundo a segundo. Hoy sólo cuelga una hoja en el santoral del tiempo que sirve para prolongar el eterno y diminuto presente. De lo que vendrá mañana no se sabe ni se asevera nada, sólo se supone y se especula. ¿Lloverá en la tarde, habrá nostalgias, tomarás mi mano, haremos el amor en la banca del parque donde el amor se mece en los columpios? ¿Seguirás frente a la barda de la vida rebotando la gosua? De todo lo que vendrá sólo se acierta adivinando. El futuro es como un perro ciego que conduce al invidente por zonas que no conoce. El mañana es una metáfora del lenguaje, un trozo de partícula de tizne que vuela entre ráfagas y olas pasajeras con destino a un encuentro en el ahora. El "quizá" y el "tal vez" son vanidades de una promesa que no alcanza a levantar la nariz para oler la quebrada fragancia de un campo de trigo. ¿Te atreves al "posiblemente" o metes la manos en la tierra que segrega el hoy mismo?

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