miércoles, 7 de septiembre de 2016

Suposiciones y promesas


Quedan los clavos de una cruz que se marchitó, los ojos tristes de mi perra al morir, las esperanzas que germinaron en macetas. Quedan las golondrinas en un vuelo que se va, los cuartetos de versos sin rima, la enésima vez que mi mano toca tu cabello. Se van las lágrimas de mis ojos ante la risa que embriaga como en un destello de ceguera. Se van tus muslos de mis manos después de haber sido navegados por ellas. Se queda la arena y el desierto, la sal de la playa donde creció mi isla, el agua que me permitió saber de la sed en mi garganta. Yo me voy y me quedo. Me voy acercando y me alejo al mismo tiempo, y al mismo tiempo parto y llego, vivo y muero. La vida es como las caderas de la vida. Pero al final de todo, todo se va. Mientras se vive todo se queda y fluye como si permaneciera eternamente, como si en verdad el hombre fuera trascendente y tuviera un destino verdadero. Qué daría porque todo lo acercado a la piel de este cuerpo que conduzco por rutas y veredas se hiciera de alguna materia eterna. Qué entregaría de mí por una certeza fulminante, por una verdad que no se rompa. Sería capaz de irme de aquí quedándome finalmente arraigado en algún sitio. Sería capaz de llevarme lo que tengo y de no perder en ello lo que soy. ¿Has sentido que la experiencia acumulada tiende a escurrirse al final de la vida sin que nada la detenga? ¿Dónde quedan los recuerdos, las hazañas y caídas, los procesos que conducen a ganar lo que está perdido? Lo bueno es que queda todo al alcance de la mano cuando todavía es tiempo, cuando todavía se sabe con certeza que esta vida se fundamenta en suposiciones y promesas. 

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