lunes, 5 de septiembre de 2016

La muerte es ternura de infinito

Ahora quiero interpretar al destino cuando desde la esquina del tiempo me sonríe inquietamente. La vida es larga y la juventud de humo. Todos los caminos conducen a nuevos presagios. Por mi parte me inquieta (favorablemente) el canto de las aves por su hermosa vulnerabilidad. Me entristecen los perros de la calle cuando la muerte se ensaña en hacerlos sufrir. Hace días que veo a uno en la cuneta de la carretera que diario recorro. Supongo que intentó cruzar y un vehículo lo embistió. No murió al instante, pero el sufrimiento se le instaló en los huesos. Su cabeza la recostó entre sus patas y ahí esperó, tras el paso de las horas, la llegada de su último suspiro. De verdad me deprime ver la muerte de los animales sin la idea de supervivencia que tienen las personas. No hay un paraíso para perros, ni una pequeña ilusión o un asidero. Ellos viven y mueren sin sentido. El hombre va en busca de uno inventando quebradizas esperanzas. La muerte es como un borde de espina rota bajo la piel de un corazón que siente la espesura inabarcable de la eternidad. La muerte también es la espiral que jala hacia un destino. La muerte es ternura de infinito y el perro de la cuneta me lo hace sentir cada vez que paso cerca de él. ¿Has anidado en la espesa niebla del desconsuelo que patea bajo y muerde crucificando?

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