viernes, 9 de septiembre de 2016

El título auténtico de certeza


Sobre el brioso corcel de las horas el mundo parece avanzar tardíamente. Me siento en la banqueta de cualquier calle y emprendo bocanadas de luz pensando en lo que he sido. Caigo en la cuenta de lo que me falta y le muerdo las piernas a la esperanza. Me siento justificado por acciones personales: remar a tientas sobre las lágrimas de un mar seco; amar desde dentro hasta la mínima partícula del deseo; vagar devotamente entre calles y avenidas. Me justifico hasta por mis omisiones, mis faltas y mis atrevimientos. No sé por qué le doy tanta importancia al vuelo huidizo de la mosca que admiro por su corta vida. No se por qué debo pensar en la sencillez de la materia, en su breve estancia siendo vida, piedra o cualquier expresión espontánea de sus transformaciones vertiginosas. Ignoro el verdadero color del trasfondo del escenario donde mis pies bailan al son de los minutos que pasan. ¿Has entendido que es de gran utilidad ignorar lo que no se desea saber? ¿Te has dado cuenta de que sabiendo algo, aunque sea la ínfima porción de una verdad fulminante, no puedes volver a ser el mismo que eras cuando ignorabas lo que ahora sabes? Las verdades, aún aquellas que son falsas, son las que cada quien les da el título auténtico de certeza. El hombre juega a malabarear certidumbres hasta que caen de sus manos y se vuelven añicos al estrellarse contra el piso donde sólo quedan decepciones, desencantos, senderos desesperanzados.  

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