domingo, 11 de septiembre de 2016

Las soluciones a los laberintos


Los antídotos que erradican la muerte diaria que nos abraza están hechos a la medida de cada quien. Las soluciones a los laberintos tienen pintados los signos en el camino. Es más fácil cegar los ojos ante el destello de la verdad que atreverse a enfrentar la luz a pesar de quedar ciegos. Los anuncios de la existencia están escritos con tinta roja y solo podrán ser vistos por quien sepa leer entre pastos secos y fértiles espinas. Los que no sepan dar lectura a los acontecimientos personales seguirán avanzando como si el mundo no girara sobre su propio eje. Los que se den cuenta de lo que existe debajo de las piedras sólo serán un poco más hambrientos de otras realidades. Es cierto lo que dicen los poetas cuando han comprendido el propio peso de las cosas, es cierto lo que saben los vulnerables de espíritu cuando saben lo que el costal de huesos que llevan por dentro arde, es auténtico lo que los infinitos y eternos entienden cuando desperdician el tiempo suponiéndolo como un bien perdurable. ¿Has comprado en la tienda de abarrotes de tu colonia las certezas para curar las heridas que te causas al caer, al decepcionarte, al morirte un poco? ¿Has encontrado consuelo al confesar lo que has sido, lo que has hecho, lo que has planeado inventando una ruptura en el destino? Las soluciones a los laberintos son efímeras y circunstanciales cuando el laberinto mayor está cambiando constantemente, repitiéndose en espiral con algunas añadiduras, sorpresas y novedades. Andar en el laberinto no es otra cosa que existir cuando la materia te ha hecho hombre y te ha bendecido con cualidades extravagantes. Andar en los laberintos también es creer en Dios y dudar esto.

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