jueves, 21 de julio de 2011

Sorbos callejeros

Pienso que las cosas pasan, que pasa el tiempo con paso duro. Pienso en los recuerdos quedados, en las nuevas escrituras de experiencias, en las bardas donde he rebotado una gosua. Pienso en los avances de las reflexiones que muerden el pasado. No hay trinchera que lo resguarde a uno de los embates del desprecio. La vida es un laberinto de sinuosas suposiciones, de falsos caminos garabateados, de improvisados malabares conceptuales. La muerte es una verdad indivisible. Gira en torno al engrane mayor con que la existencia se alimenta de la fragilidad. La vida es un divino misterio que enloquece, es la foto del interior de una gaveta con huesos y polvos viejos carcomida por el tiempo, es como un hemisferio de recuerdos donde los pensamientos consumen su propio oxígeno. No hay tregua a la hora de existir. Se vive de largo y sin paradas intermedias. No hay descansos, sólo muertes prematuras, sólo rincones para apartarse por un rato del camino, sólo tumbas con nombres propios construidas en el porvenir. Vivir es andar en la calle por un día; aventurarse a pisar nuevamente el pavimento derramando miradas sobre la gente que pasa y sobre el paso de la vida, proyectando dudas mortecinas sobre la primer barda derruida, dejando en cada esquina una ola de saberes sobre lo que se entiende que es la vida. Vivir es adquirir, de tiempo en tiempo, algo que se cuelga por dentro y que se exhibe a sí mismo como un trofeo que vale la pena haber ganado. ¿Has sentido el paso del pasado como algo que queda fugazmente?

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