domingo, 17 de julio de 2011

De cosas insignificantes

Sofisticado es el hombre que en cualquier cosa se bendice. Voluntarioso y bienaventurado aquel que encuentra la percha improvisada de donde colgar su esqueleto por dos horas. Dichoso el que logra viajar en el estribo de las cosas insignificantes. Fortalecido el que, sin una inteligencia notable que lo cobije con buena estrella, logra el don del enriquecimiento cotidiano mamando de la ubre hinchada de la vida. Inaufragable el que, sin riqueza en la cartera, se llena el corazón de dones pasajeros encontrando dicha en escribir un adjetivo que roba al diccionario, gusto en confeccionar otro nombre inventado a la tristeza, satisfacción ante un simple pensamiento que genera una nueva hipótesis de lo que es estar oculto entre gavetas, agrado ante la reparación de un "supongamos", o felicidad en las acciones menos relevantes y más humanas, como lo es andar con ocio por las calles mirando el movimiento del destino. Cada quien se ha de enterar de sus propias virtudes fracasadas, sembrar en maceteros sus vicios inventados, y mantener en marcha el motor con que a diario vive. ¿Te has sorprendido observando las actividades más comunes de la gente, la cosecha de cosas triviales con que se entretiene cada día mientras pasta sonriente en la pradera de las horas? El caso es que toda la gente ha de encontrar algo bondadoso en lo que hace. Satisfacción, plenitud, dicha. Recuerda que cualquier acción puede ser motivo de alegría. ¿Lo has entendido, has sucumbido ante esta carcajada? Sé de cosas que, aunque miserables, pueden causar una sensación de trascendencia y agrado. Conozco lo que vivo y sé de un par de situaciones que me explican que de cosas insignificantes el hombre abulta sus bolsillos. ¿Has sentido que llenas la vitrina de los trofeos con sonrisas de cristal?

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