lunes, 1 de junio de 2009

La repetición de los ciclos




Los cofres que en la infancia se llenan con relatos cortos no terminan nunca de leerse cuando somos adultos. ¿Quién ha podido no caer desde las templadas alturas de la tierra? ¿Quién ha logrado secarse las lágrimas de las alas y hacerse de valor para empezar el vuelo? Hay trocitos de piedra que crecen como hongos de humedad en los pies descalzos con que camino a diario. Hay dolores escritos en el lomo estéril con que adorno mis días sin sol. Tengo alegrías desde la superficie con que mi piel vive, pero la densidad de mi verdadero dolor se cimienta en los densos ríos de sangre que bombea mi corazón. Hay nostalgias y acontecimientos. Hay dobleces en los sentimientos y cuadernos mojados donde anotaba la prosa inventada. Me voy reconociendo y entiendo el lenguaje cifrado que llevo en la conciencia. El camino me duele pero evito llorar. Prefiero sublimar la tristeza convirtiendo lágrimas en palabras necias, en frases vacías, en textos anegados de pesares que hacen alegorías a la decrepitud. Me doy cuenta de la energía que traigo en los huesos y puedo gobernar al corcel que soy y que antes se rebelaba al tirón del mando. Me llamo a gritos susurrando mi verdadero nombre. No soy un criminal ni un loco. Únicamente habito la vida llevando un mapa que empiezo a comprender. ¿Dónde está el tesoro? ¿Dónde la riqueza del descubrimiento? ¿Dónde el sueño supremo y total? Siempre las preguntas se contestan con olvidos, pero cuando una respuesta aparece descubierta por la brújula de la búsqueda, la realidad se torna nítida y el llanto escurre por las paredes del alma. ¿Te has desahogado con alegría y has llorado de felicidad?

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