Hay exquisitos que se atreven a vaciar su marca en la ciudad, a robarle un poco de credibilidad a la ley, a imponer una tenue historia con egregio color. Hay ordinarios que no mueven un solo digito para crear, pero que son capaces de levantar el puño y las ofensas cada vez que hay que censurar a los creativos. Hay exquisitos que escriben anatemas a lo establecido, a la belleza institucional, a los criterios artísticos oficiales. ¿Tú de cuáles eres, de los exquisitos que eyaculan con aerosoles, brochas o marcadores, o de los ordinarios que sólo aceptan las pintas de las paredes del vecindario cuando las patrocina la publicidad o la propaganda política?
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