jueves, 7 de mayo de 2015

Arraigado en la memoria

Sentí la mordedura en el hueso superior de la memoria y empecé a recordar lo hecho apenas hace más de 35 años. Seguramente a estas alturas del camino ya te has preguntado muchas veces por qué se aferraron con tanta precisión las vivencias de la infancia. A la fecha, soy capaz de desplazarme mentalmente por mi antigua casa donde viví de los 5 a los 10 años. Puedo recorrer con los recuerdos los callejones por los que corría cada vez que mi mamá me perseguía manguera en mano. Soy sensible a tocar con la memoria el olor de los ladrillos mojados de las bardas que brincaba, después de la lluvia, para entrar en los deshuesaderos de camiones a recaudar piezas de fierro para su venta. Puedo sentir, bajo mis pies desnudos, la arenilla y el lodo que pisaba al andar descalzo cada vez que salía al mundo a vagar con identidad propia.  Los mejores recuerdos por su nivel de intensidad son los que grabe en mi alma cuando era niño. Los que he añadido después han tenido diferente arraigo en mi cabeza. Y curiosamente lo que viví ayer o hace una semana sé que lo olvidaría si no lo registrara en mi diario de escritura. ¿Has corroborado que hay recuerdos que se arraigan en la memoria con dientes y garras y que es difícil erradicarlos de forma definitiva? ¿Has notado que si enfrentas tus recuerdos con la nueva realidad, es como si hablaras de cosas diferentes?

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