sábado, 5 de enero de 2013

Distante la esperanza

Es llevarla en el bolsillo para ir de compras sin llevar dinero. Es la compañía del guardián que programa los edictos personales de la tarde. Es un soplo que alarga una mirada y una sonrisa. Me descubro llegando a tiempo a mis letras digitales. Hace tanto que dejé de decir mi nombre que ahora me sorprendo de escribirme desde temprano. Hace días y meses que con minúsculas escribí lo que llevo dentro. Hace horas y minutos que encontré, columpiándose entre recuerdos y esperanzas, una idea alternativa a lo que viene después de la muerte. Primero, hace mucho, cuando mis creencias sentían a Dios, pensaba en la inmortalidad del alma. Después, también hace mucho, me enteré (no porque me lo dijeran de golpe y sopetón) armando piezas de sentires y saberes, de análisis, suposiciones e intuiciones que la vida la otorga el organismo sin soplo de Dios y sin esperanza de trascender. Mis ilusiones se centraron en la salvación de la persona a través de tener conciencia de la trascendencia instantánea, del goce estético, de la alegría por vivir, de la impactante presencia del arte y la ciencia y de la justificación existencial en el perpetuo fluir de la vida. Y ahora, hace días, pensé en una opción donde después de la muerte no sobrevive ni el alma ni el cuerpo. ¿Has sentido distante la esperanza, cortos los pensamientos para alcanzar una idea, mínimos los recursos para suponer algo consistente.

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