martes, 29 de noviembre de 2011

Árbol de agua

Con el filo de una piedra he cortado el paso de las noches tristes. Me he hospedado en recovecos de mi alma recordando que la guerra deja estragos. Salgo al día pintando soles amarillos para iniciar con escrituras otro diario de colores. La vida no cesa de sorprender a los sorprendibles. Abre gavetas donde se almacenan los despojos del tiempo, indaga en el papeleo de los archivos muertos, navega como un naufrago en sí mismo. La existencia es un conjunto de manías, de versos insoportables, el nido de pequeñas abejas que no producen miel para los otros. También es un tiradero donde los corazones hacen cambio de aceite y de recuerdos. Es una brecha mirando atrás. Ingobernable flujo de novelas autoescritas para amenizar el ocio. La vida tiene sus conjuros, sus bendiciones y uno que otro tornillo suelto. Va desnuda porque no puede cargar con nada. Sabe que no le corresponde poseer lo inacumulable. ¿Te has dado cuenta que las personas almacenan todo tipo de objetos, y sobre todo, cualquier cosa inservible? ¿Para que guardar lo que se perderá algún día? ¿Para qué acumular bienes, medallas, trofeos, vivencias heroicas; fotografías de cuando se es joven, fuerte, audaz; pedazos de papel, escrituras personales, hojarasca de abedecedarios incompletos? ¿Por qué esa hambre insatisfecha y eterna, por qué esa necedad de acumular lo infinito cuando el hombre es una pequeña línea que posee de cierto un recorrido terminal? ¿El apetito del hombre por acumular en demasía será acaso sólo una cura imaginaria que lo exorciza de sus propios diablos existenciales?

No hay comentarios:

Publicar un comentario