sábado, 3 de junio de 2017

La sal del tiempo

Me gustan los días pintados de gris y de cobalto. Adoro a la soledad que sabe hablarme desde dentro, sin palabras, sin deberes, con promesas. Me encanta escuchar el canto de las sirenas que me encuentro por la calle y que me engaña con falsedades que me creo y que venero. Me inquieta ver que mi mano lanza a mar abierto la botella encorchada que lleva un mapa dentro y me vuelve a inquietar cuando me pregunto si alguien leerá el mensaje y contará los pasos en el camino que lo lleven a encontrar un falso tesoro o una promesa mal habida. Me fascina la compañía tan sólo de una persona en el mundo y no hablo ni del amor, ni de la muerte, ni de Dios. Me agrada salir de paseo, ser turista de lo cotidiano, perderme entre calles y callejones, pisar la parte vieja de la ciudad, la derruida por el tiempo y que resguarda todo aquello que no está en venta en los escaparates del glamour. Me enloquece el destino que llega puntual a su cita cumpliendo el deber de dar sorpresas inesperadas. Cultivo, en el huerto del corazón, lo que amo y quiero, lo que respeto y valoro, es decir: los besos pendientes, las postales que guardo en mis cuadernos mentales, lo venidero y lo que dejó huella, las personas que me quieren y a las que yo amo, los escritos en voz alta en su sepultura de papel, los tiempos de cobalto y los de lluvia. ¿Has contado cada una de las cosas a las que te has aficionado con verdadera devoción, has enumerado las conductas que te han hecho volar lejos, has listado lo que eres, tienes, sabes y posees? ¿Has inventariado el tiempo diluido, el que está en uso y el que vendrá? Me adicciono a la vida viviendo lento y pausado en los días desbocados, en los meses que desfilan como un vértigo en el calendario, en los años que se escapan por las rendijas del tiempo.

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