jueves, 19 de noviembre de 2015

La cara del gato

Los encuentros bajo las piedras a veces tienen en mismo rostro que a diario se ve en el espejo. Delante de los días gobierna el deseo de salir al sol. Hay muchas tardes en que salgo a escribir sentado en los bordes del jardín de mi casa. Escribo lo que sólo sale de mí aunque no lo entienda o lo entienda mal. Sólo sé que hay algo en mi interior que mueve los hilos de mi brazo, que jala los cables de mi mano que da movimiento a los engranes del corazón. Y así, yo escribo desde las catacumbas rojas que bombean mi sangre y dan movimiento a lo que soy. Escribo con dos de los diez dedos que uso para adelantar en tu piel las promesas que he de cumplirte siempre. Escribo porque tengo el compromiso de leer sobre el papel lo que me invento, creo o supongo. Escribo mintiendo como si pusiera a germinar semillas rojas de colorín, como si mi rostro fuera la fiel imagen de la cara del gato que duerme entre mis piernas cada vez que escribo, como si tuviera la condena de permitirme derramar unas gotas de placer en la boca abierta de un desierto.

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