sábado, 24 de junio de 2017

En la primaria los maestros me condenaban a copiar textos completos una y otra vez. En la secundaria lo mismo: imitar y copiar,  y luego lo mismo y lo mismo. Copiar y reproducir. Calcar lo original para tener voz propia. Imitar lo que no soy. Repetir una y otra vez lo que otros dicen mejor que yo. Llenar espacios completos para tener presencia en el universo. ¿Te has puesto a pensar sobre el adulto que eres después de haber duplicado hasta la obsesión lo que no era tuyo? ¿Has encontrado la originalidad de ti mismo en la falsificación de lo que eres? El niño al que se le atan las manos le será difícil dibujar garabatos en las paredes. Quien está acostumbrado a la reimpresión infecunda sólo podrá atreverse a copiar la originalidad del otro, a sentirse satisfecho "compartiendo" la palabra verdadera que otros escribieron. Atrévete a romper  el yeso que imposibilita el movimiento creador de tu mano. Quita de tus ojos la mortaja que sólo te permite ver lo que los otros te dejan ver y no lo que tu deseas contemplar. Atrévete al grito personal, al garabato iniciador,

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