Saltar de una esperanza a otra va creando una sensación de sanidad. Hoy veo el calendario y escojo una fecha relacionada con lo que vendrá. Espero los días con ansiedad socorrida y me alegro de que el tiempo apure su paso susurrante. Luego el día marcado toca el timbre en el santoral y la sonrisa amplía su territorio en mi rostro. Con necesidad mi dedo busca señalar una nueva fecha relacionada con un nuevo evento. El ciclo se inicia y finaliza cumplidas las expectativas. Un nuevo proyecto fechado ha de nacer después. Y vendrá otro y otro y otro. Y así sucesivamente me colgaré de la esperanza siendo aquel que siempre va al encuentro del porvenir anhelando la llegada del día esperado. ¿Te has instalado en el mecanismo de las esperas, casi como cuando, formado en la fila del consultorio, alimentas la esperanza de que los pacientes antes de ti, uno a uno, así como los días, uno a uno, vayan sucediéndose hasta alcanzar tu turno? ¿Te has levantado a diario sabiendo que esperas con certeza algo que, con certeza absoluta, llegará pronto? Bajo la piel de mis huesos siempre sostengo la esperanza que lo que busco viene en camino y que sólo es cuestión de esperar con las ansias sobre el pellejo. Y así espero la llegada del destino anunciando que saldremos a las calles, la fecha con que empezaré un proyecto personal que me lleve lejos brincoteando entre pastizales, la cita con el desconocido sabio que resulto ser a la hora de inventar promesas, el encuentro con la parte plana del espejo que me refleja lo que soy al escribir.
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